lunes, 23 de mayo de 2016

Una tesis sobre El hombre rebelde


En El hombre rebelde (1951), Albert Camus plantea que el rebelde parte de la certeza de tener en algo la razón y de tener la obligación de -de ahora en adelante- decir no. El rebelde no lo rechaza todo; señala que tiene el derecho a no ser oprimido. En el fondo toda rebelión es una toma de conciencia. Y es desde ese estado de conciencia que el rebelde rechaza la condición de esclavo, ese esclavo que lo aceptaba todo. “Antes morir de pie, que vivir de rodillas”, cita Camus.



La rebelión no es -cosa que a veces no se entiende bien- un movimiento egoísta. “Puede haber sin duda determinaciones egoístas. Pero la rebelión se tanto contra la mentira como contra la opresión”. (p. 20) Y es que la rebelión, señala Camus, está cercana a la solidaridad, es decir, rechaza la opresión propia y la opresión que sufren los otros. 

Camus ve, por tanto, en la rebelión un movimiento positivo, que diferencia a la rebelión del resentimiento. El resentimiento no es otra cosa que una especie de auto-intoxicacion, de secreción nefasta. “En las fuentes de la rebelión hay, por el contrario, un principio de actividad superabundante y de energía” (p. 21) La rebelión rechaza la humillación y, por ello, no la pide para los otros. 






Es verdad que rebelión y resentimiento andan muy mezclados en el ser humano y se confunden con frecuencia o lo uno parece derivar en lo otro. La diferencia es que el resentimiento parte del odio, la rebelión de la idea de que hay “algo que defender”. 

La rebelión no existe cuando la esclavitud es la norma, sino justamente allí en donde se plantea la igualdad. La rebelión parece existir justo allí donde existe una igualdad teórica y unas desigualdades reales muy grandes. Por eso la rebelión va de la mano de la libertad. El problema, como lo apunta Camus, es que la libertad no ha aumentado tanto como la conciencia que tenemos de la libertad.



La libertad real no ha avanzado a la misma velocidad que la idea que tenemos de hombre y dignidad humana. La rebelión es así un acto propio del hombre “informado”, del hombre consciente de su libertad.

Si comparamos civilizaciones anteriores, en el marco de las civilizaciones regidas por lo sagrado, por ejemplo, no hay rebelión. El paria, el esclavo religioso, el prosélito, el adepto fanático no tienen problema, no se rebelan, pues sus dudas se resuelven desde la tradición, desde los designios divinos. Nuestra época es una época “desconsagrada”. Por ello la rebelión es una dimensión esencial de lo humano. 

La rebelión nos separa de la sociedades antiguas y define lo que entendemos por civilización. Concluye Camus: “El mal que experimentaba un solo hombre se convierte en una peste colectiva. En nuestra prueba cotidiana la rebelión desempeña el mismo papel del “cogito”  en el orden del pensamiento: es la primera evidencia. Pero esta evidencia saca al individuo de su soledad. Es un lazo común que funda en todos los hombres el primer valor. Yo me rebelo, luego nosotros somos.” (p. 26)



Las reflexiones de Camus, después de abordar el sentido de la rebelión en varios aspectos de pensamiento y la existencia, aborda cómo se da la rebelión en el arte, a través de la creación artística y en particular en la novela. 


La rebelión a través de la obra de arte

¿De qué manera la obra de arte encarna la rebelión? En la medida en que se opone a la existencia. La obra de arte apunta a la totalidad, a la trascendencia. La vida, por el contrario, atenta contra la unidad, dispersa la experiencia. 



El hombre es mortal y la vida niega trascendencia. El arte garantiza un poco de eternidad, un poco de belleza, una dosis de sentido incluso, allí donde todo apunta al olvido. 

En oposición al radicalismo socialista de los años 50, que sostenía que la obra de arte debe cumplir una función eminentemente militante y claramente realista (en la pintura, en la novela, en la obra de teatro), de modo que a través de los discursos plásticos y literarios denuncien, movilicen y apoyen la revolución social; en oposición a esta postura, Camus declara abiertamente: “Ningún arte es realista”. 



Toda forma artística está encaminada a moldear la realidad: toda pintura obedece -incluso en las formas extremas del arte realista- a una selección, a una mirada, a una perspectiva; a la captación de un instante, de ese instante que el pintor ha elegido. La rebelión de la pintura es, así, contra el totalitarismo de la realidad, contra el totalitarismo que consiste en imponer una sola forma de mirar la realidad. 

La escultura no plasma ninguna idea de la totalidad de lo humano, sino “ese gesto” que totaliza la existencia humana y no solo a un hombre sino el espíritu de toda una vida, una época o una cultura. 


En el caso de la novela, Camus señala que los relatos novelescos sacan la existencia común de la deriva de la existencia, le aporta sentido, lo saca del absurdo o del sinsentido. No porque de manera explícita declare qué sentido tienen los actos humanos sino porque vincula -narrativamente- un comienzo y un final. Incluso una obra trágica que gire alrededor del absurdo, la obra de arte plasma un sentido, asigna unos roles. 



La novela -nos recuerda Camus-, al igual que la rebelión, es un género moderno. En el mundo antiguo no existen novelas. Existen relatos fantásticos -novelescos-, cuentos, relatos orales. La novela da cuenta de una toma de conciencia del hombre individual que tiene la libertad para reflexionar sobre su posición en el universo. 

La novela se rebela contra el orden establecido por los dioses; opone así un ejercicio creativo, crea mundo y establece un orden distinto. La novela no se escapa del mundo sino que al contrario muestra apego al mundo, apego a una imagen de cómo podría ser el mundo, no solo a cómo debe ser el mundo. 



La novela saca la existencia de su inconclusión. Los personajes de la literatura se ofrecen como tesis sobre la vida, sobre una idea, sobre el mundo; la novela -y las obras de arte en general- ofrece universos más bellos, acabados o a la medida. No se ajusta a la existencia tal como esta se impone, sino que se “rebela”: por eso apuesta por la nostalgia o la rebelión. Su máxima rebelión consiste justamente en “sacar del olvido o del anonimato” lo de que otra manera sería borrado por el paso del tiempo. 



Si bien Camus, escribe este tratado en 1951, simultáneamente pintores, dramaturgos y novelistas planteaban sus tesis sobre la rebelión creando un teatro que -alejándose de la idea de divertir a los públicos o de transmitirle sermones o proclamas- apostaba por crear textos de una profunda riqueza simbólica, cargados de ironía, y que no satisfacción ni la moral cómoda de los públicos burgueses, tampoco los intereses del arte socialista. 




La pregunta que dejo abierta es de qué manera obras como las que ofrecen Sartre (en A puerta cerrada), Camus (en una obra como Caligula o en El malentendido), Ionesco (en obras como La cantante calva y El Rinoceronte) y Beckett (en Esperando a Godot) responden a un tipo de rebelión. ¿Ofrecen un tipo de rebelión la vasta novela de Proust o Ulises de Joyce. ¿Qué tipo de rebelión pone en escena A puerta cerrada o la extraña fábula de Ionesco, El rinoceronte? ¿A quién esperar cuando no hay nada ya que esperar?